.

.

1 sept 2012

Ningún beso se iguala a los tuyos. Ningún chico me gusta más que vos. No quiero que ninguna otra mano roce mi piel ni que ningún cuerpo esté sobre el mío.
Te veo y me desvivo. Esos ojos tan enormes, tu pelo tan claro, tus alpargatas tan tuyas, tu forma de caminar... Soy tan vulnerable.
Odio pensar que odias mi presencia y todo lo que tenga que ver conmigo. Aparezco, y me mirás. Desearía saber qué pensás mientras lo hacés. Pero ¡cómo amo que mi rostro esté reflejado en tus pupilas! Desearía poder mirarte así, sin verguenza, sin miedos. No puedo. No quiero que te sientas invadido, ni incómodo ni hacerte recordar el odio que tenés hacia mi persona. Si por mí fuese, te vería todo el tiempo; cuando reís, cuando hablas, cuando te callas, cuando te acomodás el pelo, cuando caminás de esa manera tan particular. Registré en aquellas dos semanas todo tipo de gestos: tu forma de hablar, de caminar, de moverte. No se me escapó ningún detalle.
Quiero que vengas y me digas, sin ningún tipo de explicación: "dame un beso". Con tanto gusto lo haría... Lo deseo tanto desde la última vez que rozaste mis labios.
¿Qué hiciste para tenerme así después de un año? No debería de verte nunca más pero cada vez que tengo una mínima intención de no seguirte los pasos, apareces, para recordarme que no te vas a ir nunca de las cosas que me rodean. Nunca pensé que otro ser humano logre que el corazón me lata a mil por hora. Te odio a vos y a tu maldita y hermosa presencia.