.

.

11 sept 2011

Hoy es domingo, y te ví. Siempre estás a dos metros de distancia. Pero ya no es lo mismo. Ya no me querés mirar, practicamente, no respiras ni el mismo oxígeno que yo.
Cada día te tengo más y más lejos, pero algo cambió. Ya no rezo cuando me levanto esperando que suceda algo extraordinario, algún instante de felicidad. 
Cada dia, quizás, aprendo a soportar esta cruda realidad de que no me quieras, a darme cuenta que la vida no es como esas tantas películas que suelo ver, y menos la mía.
Quizás este era nuestro final, mí final. Yo acá soportando todo lo que te rodea, viendo como todas esas chicas no tienen pudor en acercarse a vos y saludarte, teniendo el privilegio de que le brindes tu sonrisa y tus palabras, teniendo el honor de que pronuncies sus nombres y ni hablar de las que tuvieron el milagro de rozar tus labios y poder abrazarte hasta poder decirte que te amaban. 
Qué placer sería que vuelvas a poner tus brazos alrededor de mi cintura, o que grites por la calle mi nombre como si nadie estuviera, o que quieras que te cuide estando borracho, o que me sonrías con esas tantas sonrisas compradoras que tenés. En fin, son tantas las cosas que sueño compartir con vos, y que a la vez, son tan insignificantes.
Pero ya está, me la estoy bancando con la frente en alto, puedo seguir sin tu presencia, todo estará bien, quiero ser felíz.